Escoge bien tu regalo
Por Raquel Landín para carreraspopulares.com
Todas las mañanas Hugo se despertaba a la misma hora para ir a clase, el despertador sonaba a las 8 en punto, tras unos minutos haciéndose el remolón en la cama de un lado al otro, se levantaba y lo primero que hacía era subir la persiana de la ventana y mirar a través de ella.
No fallaba, ahí estaba. Cada mañana puntual como un reloj suizo, el vecino de Hugo salía a la calle equipado de arriba a abajo para correr. Sabía que Hugo le miraba cada mañana a través de la ventana. Al escuchar el ruido de la persiana levantarse siempre miraba hacia arriba y le deseaba buenos días pero Hugo con un movimiento rápido y sigiloso se escondía.
A primera hora del día su vecino le daba miedo, le transmitía sensación de enfado. Cuando lo veía a través de la ventana por las mañanas su frente estaba arrugada, su mirada pensativa y fija en el horizonte. Además, antes de echar a correr realizaba unos movimientos muy bruscos como si quisiera pegar al aire y eso al pequeño a Hugo de 8 años le asustaba.
Pero había una razón para que Hugo continuara asomándose a la ventana cada mañana, aquellas zapatillas coloridas le parecían preciosas, tanto que no podía evitar mirarlas cada mañana. Tan coloridas, tan relucientes siempre ¿cómo puede ser que siempre estén tan bonitas?, ¿no se estropean nunca?
Pensaba que eran mágicas, ´tienen el poder de pasar a la gente de estar enfadado a estar alegre, tienen el poder de hacerte sonreír´. Su vecino desaparecía calle abajo enfuruñado y a los 30 minutos aparecía calle arriba con una sonrisa de oreja a oreja acompañada de un rostro relajado. Hugo lo tenía claro, era cosa de las zapatillas.
De camino a la escuela no podía parar de pensar en ellas, tenía que conseguir unas fuese como fuese. Pero claro, ¿con qué dinero si él no trabajaba? No había más opción que pedírselas a sus padres. Tenía que probarlas, salir de dudas, ver si realmente eran mágicas o no.
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Pasaron semanas enteras y pocos fueron los días que Hugo no se quedaba atontado pegado a la ventana hipnotizado por aquellas zapatillas. Sus ganas por probarlas aumentaban cada día más. Llegaron las Navidades y Hugo lo tenía claro, para Reyes iba a pedirse una coloridas zapatillas como las del vecino. Sus padres tras conocer los regalos de años anteriores, siempre teniendo que ver con videoconsolas, coches o fútbol, se quedaron muy extrañados al oír de la boca de su hijo que este año quería como regalo unas zapatillas para correr.
- ¿Éstas seguro?, le insistieron.
- Sí, no son unas zapatillas normales y corrientes, éstas tienen poderes, son mágicas. -Aseguraba Hugo
- ¿Mágicas? Pero si solo son unas zapatillas de correr y a ti, además, que nosotros sepamos, siempre te ha gustado el fútbol no correr.
- ¡Nooooo! No solo sirven para correr, tienen un poder, hacen que la gente se ponga contenta.
- No se de dónde habrás sacado ahora ésta tontería pero si eso es lo que quieres, en fin.
Y llegó el día
Por fin, ahí estaban todos los regalos bajo el árbol de navidad. Cajas de todos los tamaños, pequeñas, medianas y grandes. En varias de ellas se podía leer ´para Hugo, el hombrecito de la casa´. No se lo pensó dos veces, se lanzó a abrir la primera, la verdad es que sabía que mucha forma de caja de zapatillas ese regalo no tenía pero no podía perder la esperanza. Entristecido, vio como entre sus manos aparecía un pequeño coche telederigido, ¿otro? pensó. ¿Y las zapatillas?, se preguntó.
Sin acabar de abrir este primer regalo del todo, fue a por el segundo, seguro que eran ellas. Abrió un poquito, luego otro poquito y ¡sí! Ahí estaban, tan bonitas, tan preciosas, tan coloridas como imaginaba al tenerlas tan cerca. En un abrir y cerrar de ojos ya las tenía puestas y a los 10 minutos ya estaba en la calle corriendo para arriba y para abajo. Todavía no sabía si hacían feliz a la gente pero desde luego él en esos momentos lo estaba siendo.
Empezó a salir a correr por su cuenta cada día. Sus padres no le dejaban que se fuera calle abajo, se dedicaba a darle vueltas a la manzana, esta semana 3 vueltas, la siguiente 4 vueltas. Era verdad, eran mágicas, cada vez que llegaba la hora de salir a correr e iba en su búsqueda a Hugo ya le iba apareciendo tímidamente esa sonrisilla pícara que se transformaba en una gran sonrisa cuando llegaba a casa tras haber dado rienda suelta a sus piernas.
Un día, decidido, reunió a sus padres y les dijo que quería correr con más niños que también tuvieran zapatillas mágicas y así poder compartir esa felicidad. Fue entonces cuando sus padres decidieron apuntarle al Club de Atletismo del pueblo. Desde entonces Hugo no ha hecho más que sonreír junto con otros niños gracias al correr.
Raquel Landín es atleta y entrenadora
Twitter: @RaquelLandin_