Corriendo por los puertos míticos (VI): Sani Pass, Sudáfrica-Lesotho
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
En esta primera incursión fuera de Europa siguiendo la ruta de los puertos míticos, saltamos hasta el sur del continente africano. Porque, aunque muchos quizás lo desconozcan, Sudáfrica es terreno abonado para las grandes aventuras atlético-viajeras. Entre sus carreras, la más célebre es el Comrades Ultramarathon, que desde 1921 recorre los 90 kms de distancia entre las ciudades de Durban y Pietermaritzburg, o viceversa, en honor a los soldados sudafricanos caídos en la Primera Guerra Mundial.
Otra opción multitudinaria es el Two Oceans Marathon, una prueba de 56 kms celebrada en los alrededores de Ciudad del Cabo, con el espectacular telón de fondo de las montañas que forman la península del Cabo. Y si hablamos de trail running surgen otras tres carreras a destacar: la Mont-Aux-Sources Challenge (50 kms), que corona el Amphitheatre, unas de las cimas más elevadas del país; la Rhodes Trail Run (52 kms), de inscripción casi imposible, con una lista de espera que alcanza los ¡ocho años!; y el Otter African Trail Run (42 kms), cuya ruta coincide con uno de los senderos más famosos de Sudáfrca.
Así que, con estos antecedentes, no puede extrañar que también se organice un maratón consistente en subir y bajar el puerto más emblemático del país, el llamado “tejado de África”, ya que alardea de ser el paso de montaña más elevado del continente africano. En efecto, el Sani Pass (2873 metros de altitud), situado en la sección sur de los montes Drakensberg, en la frontera entre Sudáfrica y Lesotho, atesora algunas de las historias más curiosas que puede presentar un puerto de montaña en todo el mundo.
Porque si la mayoría de los pasos de montaña sudafricanos fueron creados por el vagabundeo y el movimiento de las caravanas de los Boers, los alrededores del Sani Pass se erigieron desde muchos siglos antes en feudo de los bosquimanos, finalmente exterminados por los blancos y las tribus enemigas. Con posterioridad, a partir de una incipiente senda creada por los animales salvajes, el Sani Pass se desarrolló como un camino de mulas desde 1913 y fue utilizado como ruta de comercio entre Sudáfrica y Lesotho.
Todos los bienes a intercambiar (principalmente lana y mohair de un lado, y mantas, ropa, víveres y materiales de construcción de otro) debían ser transportados por largas caravanas y reatas de mulos, caballos y asnos a lo largo de una ruta con pendientes extremas que se convertían en lodazales en verano y en campos de hielo en invierno. El agotamiento y los accidentes se tomaban su peaje, y poco a poco los huesos de los desdichados animales que resbalaban o desfallecían fueron llenando el fondo del barranco, hasta el punto de que pronto la ruta fue conocida como “el camino de los esqueletos”.
Cuando el sendero fue ligeramente ensanchado y mejorado, algunos pioneros se lanzaron a su conquista con vehículos 4x4. No fue hasta 1948 cuando uno de esos vehículos a motor consiguió completar la travesía, tardando ocho horas y media en cubrir 30 kms. A partir de entonces, los que reposan en las laderas de la carretera ya no son los restos de los animales, sino el armazón metálico de los automóviles que se ven sorprendidos por las condiciones traicioneras del camino. Porque a fecha de hoy, no se prevé que la vertiente sudafricana del Sani Pass sea algún día asfaltada, mientras que en la cara que pertenece a Lesotho ya están avanzadas, bajo dirección china, las obras de pavimentación. Por tanto, en su lado sudafricano, el Sani Pass continuará siendo uno de los desafíos más importantes a los que pueda enfrentarse un conductor en cualquier parte del mundo, sin olvidar que también es una meca obligada para ciclistas y senderistas.
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La carrera
Ese va a ser el escenario para una nueva edición del Sani Stagger Marathon, en el que la participación se limita a 500 corredores en el maratón y 230 en la media maratón. El 29 de noviembre es la fecha escogida. El día anterior ha tenido lugar la entrega de dorsales en el Country Club de Underberg, la localidad más importante de la región, con apenas 2.700 habitantes. Como curiosidad, para inscribirse los atletas foráneos deben comprar una licencia temporal para correr en Sudáfrica.
Después el punto clave del evento pasa a ser el Sani Pass Hotel, situado a 1566 metros de altitud, justo en el inicio del puerto y que se convertirá en salida y meta del maratón. Por eso, no es extraño que el hotel haya sido elegido como lugar de alojamiento por la mayoría de los participantes. En la cena anterior al día de la carrera ya se puede observar que prácticamente todos los participantes son sudafricanos, y que el número de corredores de raza negra y blanca está bastante repartido, aunque con clara mayoría para los segundos. Y lo que tampoco escapa a cualquier visitante mínimamente atento es que en las mesas no se da demasiada mezcla étnica. Cada cual se sienta con los más afines en todos los sentidos.
El tiempo de primavera en los Drakensberg se repite casi exactamente cada día. Una mañana despejada o con algunas nubes inofensivas deja paso a lluvias tormentosas al atardecer, unos aguaceros que a veces pueden ser violentos. Así que el día de la carrera amanece lluvioso, pero pronto mejoran las condiciones y el sol comienza a asomar. Poco después de que un coro entone, de manera bastante desafinada, el Nkosi Sikeleli Africa, himno nacional de Sudáfrica, a las seis de la mañana se lanza la carrera a través de las praderas del campo de golf perteneciente a las instalaciones del hotel.
La hierba está muy húmeda y las zapatillas se calan ya de salida. Tras salir a la carretera cubrimos los únicos 200 metros de asfalto que habrá en toda la carrera (más los 200 metros de vuelta) y nos internamos en la pista de tierra que ya no dejaremos. Está impregnada de un barrillo acuoso muy desagradable a consecuencia de la lluvia de la última noche. Nada más entrar encontramos las ruinas del Good Hope Stores, uno de los puestos comerciales de donde partían las caravanas de animales con la mercancía, y que tiempo atrás llegaban a concentrar hasta 2.000 caballos y burros.
Aunque el perfil sea siempre ascendente, en los primeros catorce kilómetros, siguiendo el cauce del río Mkhomazana, la subida no es continuada. A una rampa fuerte le sigue un pequeño falso llano o incluso un descenso, de manera que se puede correr sin mayores dificultades que las que marca el estado de la pista, que no siempre es regular y alterna tramos con barro o piedras con otros más arreglados. Tampoco suponen mayor obstáculo las balsas de agua que, en ocasiones, cortan la carretera. Normalmente se pueden salvar por el borde, salvo en un par de ocasiones que no hay más remedio que mojarse los pies. Quien mejor las franquea es un participante que circula completamente descalzo. En los avituallamientos el agua se reparte en bolsitas de plástico herméticamente cerradas que resultan difíciles de abrir sin derramar gran parte del contenido.
La frontera
En el kilómetro 13,7 se atraviesa la frontera sudafricana para entrar en tierra de nadie. Oaficialmente se dice que los sudafricanos instalaron allí su puesto de control porque era el último lugar con suficiente terreno llano como para construir las instalaciones. Pero los habitantes de Lesotho prefieren referir, bromeando, que los sudafricanos tienen miedo a las alturas y prefieren desentenderse de lo que pasa más allá de aquel punto. Después de sobrepasar el llamado United Nations Bridge (puente de las Naciones Unidas), que más que un puente es todo lo contrario, es decir, una de esas corrientes de agua que cortan la carretera, empieza la verdadera ascensión, con una rampa muy dura que concluye en un lugar que tiene un nombre de lo más curioso: Haemorrhoid Hill (colina de la Hemorroide).
A partir del kilómetro 16 no hay más remedio que alternar correr con caminar. El portillo es ya claramente visible, flanqueado por las faldas ondulantes de montañas sin árboles pero alfombradas de verde que culminan en escarpes rocosos. Me cruzo con los primeros clasificados, todos de raza negra, que ya descienden de manera segura hacia la meta. Algo más arriba también coincido con los participantes en la media maratón, únicamente de descenso, que acaban de comenzar su carrera. Pero es en los dos últimos kilómetros de ascensión donde el Sani Pass alcanza realmente aquella condición de mítico. Cuento hasta catorce o quince cerradas curvas de herradura que se retuercen de manera abrupta y particularmente empinada y su suceden sin solución de continuidad. Algunas de ellas han sido incluso bautizadas (Suicide Bend, Ice Corner, Gray´s Corner, Big Wind Corner), haciendo referencia a su facilidad para causar accidentes o al hielo o a los fuertes vientos que suelen ser su compañía. En la cumbre, unos pastores de la tribu de los basotho, enfundados en sus mantas, son testigos de la carrera. Junto al puesto de control de Lesotho, hay que dar la vuelta y comenzar a bajar.
El descenso es muy rápido durante los seis kilómetros iniciales. Luego, aquellos descansos de la subida se convierten en ascensos, pero el sol ha secado el barro y se corre más fácilmente. Pero los kilómetros van pesando y la vuelta se hace realmente dura, hasta el punto de que algunos participantes cubren caminando los últimos kilómetros. Seis horas y media es el tiempo límite para finalizar la prueba. Más del doble del tiempo marcado por el vencedor, que, con un crono de 3 horas 04 minutos 13 segundos, ha pulverizado el récord de la carrera.
Un buen consejo para quien acuda a estos remotos parajes es que no deje de pernoctar, aunque solo sea una noche, en el hotel de montaña situado en la cima del Sani Pass, junto a un poblado. Desde allí podrá ascender a los cercanos y solitarios Hodgson´s Peaks (3256 metros de altitud) y también podrá comprobar el sencillo estilo de vida de los habitantes de Lesotho, los basotho, con sus kraals (círculos de piedra para el ganado), sus rondavel (viviendas circulares de piedra con techos de ramas) y sus vestidos a base de mantas. También podrá experimentar el esplendor de los Drakensberg, con sus espacios abiertos, sus dramáticos paisajes, sus mesetas desoladas y vacías de aspecto casi tibetano y su intacta belleza. Y sobre todo, simplemente caminando por el escarpe rocoso que nace al lado del hotel, podrá obtener unas extraordinarias vistas panorámicas sobre el Sani Pass, uno de los secretos mejor guardados de África.
Más información: www.sanistagger.com
Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas