Corriendo por los puertos míticos (3): Transfagarasan, Rumanía
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Planteo al lector que piense cuál es la carrera en la que ha tenido que sortear más obstáculos para inscribirse y para presentarse en la salida. Quizá alguna prueba celebrada en un lugar muy remoto, u otra cuyas plazas se agotaran en pocas horas, o tal vez una carrera cuya organización sufre tal avalancha de solicitudes que recurre a sorteos en los que las posibilidades de ser agraciado son más remotas que en la lotería de Navidad. En mi caso, nada de eso.
Después de correr en la Antártida, en el Polo Norte y en otros parajes aislados, puedo afirmar que la prueba más complicada para inscribirme y donde más dudas tuve sobre si llegaría a tiempo al punto de salida ha sido el Transmaraton, celebrado en la misteriosa Transfagarasan rumana, una carretera de montaña que conecta las regiones de Muntenia y Transilvania a través de las agrestes montañas Fagaras, que forman parte de los Alpes de Transilvania y que acogen al Moldoveanu (2543 metros) y el Negoiu (2535 metros), las dos montañas más altas del país. Pero, curiosamente, también aseguro que ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en mi ya larga trayectoria como corredor popular.
Muchos eran los alicientes que reunía esta carrera. En primer lugar me permitiría seguir mi ruta por las carreteras y los puertos más míticos del mundo. En segundo lugar, si hacemos caso al prestigioso programa de televisión de la BBC Top Gear, la Transfagarasan rumana recibe el honor de ser la carretera más bella del mundo. Y en tercer lugar, la historia de la construcción de la Transfagarasan no carece de interés, ya que se remonta a los días más oscuros del país carpático, cuando el dictador Nicolae Ceaucescu regía sus destinos con mano de hierro.
Después de la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, Ceaucescu temió que su país se convirtiera en la siguiente presa de los soviéticos e ideó una de sus empresas faraónicas, ordenando la construcción de una estratégica carretera militar que permitiera el paso de tropas y tanques a través de las montañas. Así, entre 1970 y 1974, unidades militares construyeron la ruta utilizando miles de toneladas de explosivos, removiendo millones de metros cúbicos de piedra y pagando el tributo de al menos cuarenta soldados muertos durante las obras.
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Inscripción imposible
Puesto en contacto con la organización, me informó muy amablemente de que la carrera se dedicaba a recaudar fondos para asociaciones benéficas rumanas dedicadas a proteger a los niños huérfanos o sin recursos o a la reforestación de los bosques. Por ello, para ser aceptado en la competición, había que donar una cantidad de dinero a una de estas organizaciones y ser esponsorizado por ella. Encantado con la idea de correr para ayudar, se asignó mi donación a un proyecto dedicado a que alumnos talentosos y brillantes sin recursos pudieran desarrollar todo su potencial. El proceso no resultó simple, incluyendo un largo intercambio de correos electrónicos y la creación de una página con mi perfil.
Pero me encontré un problema más: no había ningún núcleo de población cercano al recorrido de la prueba, y las cabañas (pequeños hoteles de montaña) más cercanas no admitían ya reservas por estar absolutamente completas. Y para rematar, a última hora decidí cambiar mi inscripción de la media maratón al maratón completo, complicando aún más a los organizadores.
En Sibiu, la ciudad más cercana al escenario de la carrera, una localidad deliciosa con iglesias, torres y callejuelas que remiten a la Edad Media, cuatro simpáticas participantes me recogieron y me evitaron tener que tomar un taxi para un trayecto de casi 100 kilómetros.
Un segundo vehículo me acercó a mi hotel, situado a seis kilómetros del punto de salida del maratón. Al día siguiente, en teoría, habría un transporte para aproximar a la salida a los participantes que se alojaban allí, pero a las siete de la mañana no había ni rastro de ese vehículo. Una furgoneta se acercó e intuí que se trataba del deseado transporte, pero cuando subí, me encontré con un montón de obreros con buzos y botas de nieve.
Poco que ver con maratonianos en ropa de deporte. Descendí de la furgoneta y solo quedaba la opción del autostop si quería estar a tiempo en la salida. Unos minutos después se acercó un coche y su conductor resultó ser un ayudante del fotógrafo oficial. Seis kilómetros más y, por fin, ya estaba en el lugar de salida. La parte más difícil ya había sido superada. Ahora solo restaba lo más fácil de todo: correr y disfrutar.
El recorrido del maratón iba a atravesar los kilómetros más espectaculares de la Transfagarasan. Consistía en un recorrido de ida y vuelta entre Cabana Capra y Balea Cascada. Horas antes, a las cuatro y media, habían partido treinta valientes para afrontar el ultramaratón de 63 kilómetros cubriendo tres veces ese mismo trayecto. Y la prueba más numerosa en cuanto a participantes sería la media maratón, desde Balea Cascada hasta Cabana Capra, donde se situaría la meta de las tres carreras.
A las ocho de la mañana se produjo la salida del maratón. El tiempo era muy frío, unos cinco grados, y el cielo estaba nublado, aunque no parecía que fuera a llover. Así, el material cortavientos no iba a molestar en toda la carrera, ni siquiera cuando lució tímidamente el sol. La meteorología no era una cuestión menor, ya que, a finales de septiembre, no son raras las nevadas en estos parajes, y lo habitual es que la carretera se cierre al tráfico a causa de la nieve entre finales de octubre y finales de junio.
Los primeros ocho kilómetros suponían una ascensión continuada hasta el lago Balea (Balea Lac), techo de la prueba y de la carretera, con sus 2.034 metros de altitud. Se trataba de la vertiente sur de la montaña, con inolvidables vistas alpinas sobre cumbres salvajes e imponentes, tapizadas por praderas y bosques de coníferas. Al llegar a un túnel la pendiente se suavizaba, pero correr por esa galería fue la parte más desagradable de la carrera. Hacía un frío atroz y una humedad que calaba los huesos, la iluminación era muy deficiente, había peligro de meter el pie en cualquier agujero, y la carretera no había sido cortada al tráfico. Además, el túnel medía la friolera de 884 metros, no en vano se trata del más largo de la red de carreteras rumanas. Por fin, a la salida del túnel se alcanzaba el lago Balea, un minicomplejo turístico, con hotelitos de montaña y pintorescos puestos de venta de quesos y embutidos locales.
Emprendimos el descenso por la vertiente norte y era allí donde uno comprendía por qué la Transfagarasan está considerada como la carretera más hermosa del mundo. La vía se deslizaba hacia abajo envolviéndose en un sinfín de curvas de herradura y modelando un dibujo que más tenía que ver con los garabatos desordenados diseñados por un niño que con la mente de un ingeniero en sus cabales. Con tales panorámicas sobre esa caprichosa carretera tan endiabladamente serpenteante, el descenso era de todo menos aburrido. Solamente al final, cerca ya de Balea Cascada, la ruta se volvía algo más monótona y menos disparatada, de nuevo rodeada por bosques de pinos y con alguna vista espectacular sobre unas planicies cada vez más cercanas.
Regreso
El regreso atravesaba el mismo camino y los mismos paisajes. Pero los trece kilómetros que habían sido de descenso se convertían ahora en un asalto frontal, con un fuerte y espectacular ascenso, hasta coronar de nuevo el lago Balea, y luego volver a atravesar el túnel de marras, que causaba aún más repulsión, puesto que el volumen de tráfico había aumentado, mientras que las fuerzas habían disminuido casi en la misma proporción. Ocho kilómetros de descenso hasta la meta de Cabana Capra y el maratón habría concluido.
Y si siguiéramos la carretera hacia el sur, aún encontraríamos otros puntos de interés, como el embalse Vidraru y, sobre todo, las ruinas del castillo de Poienari, donde residió el archifamoso Vlad el Empalador, que inspiró la creación del personaje de Drácula.
Si tuviera que escoger algo de esta carrera, me quedaría, pese al interesante contexto histórico que atesora la mítica Transfagarasan y a sus esplendorosos paisajes que incluyen cascadas y picos afilados, con la hospitalidad y la acogida de los corredores locales. La mayoría de los que me encontré eran jóvenes representantes de esa nueva clase media que ha emergido en el país tras los últimos veinticinco años de reformas y de acercamiento a la Unión Europea, y gozaban de estudios superiores, muy buen dominio del inglés y una situación económica que les permitía desplazarse a lugares lejanos para hacer realidad sus sueños viajeros y atléticos. Si a ello añadimos que más del 30% del suelo rumano está ocupado por montañas y que el número de carreras, muy especialmente de trail, se ha disparado, Rumanía es un destino muy aconsejable para corredores amantes de nuevas sensaciones.
Para Scoala de Valori, Irina, Mirela, Cristina, Larisa, Ileana, Lilica, Alina, Gabriel, Andrei, Adriana y Aris: Gracias por vuestra hospitalidad. Thanks for your hospitality.
Más información sobre la carrera: www.transmaraton.org
Jorge González de Matauco es autor del libro En busca de las carreras extremas.