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Corriendo por los puertos míticos (VII): Mont Ventoux, Francia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Jorge González de Matauco, en el último tramo de la La Media Maratón que asciende al Mont Ventoux
Jorge González de Matauco, en el último tramo de la La Media Maratón que asciende al Mont Ventoux

El Mont Ventoux es un pico épico que siempre ha fascinado al alma humana. Los numerosos sobrenombres con los que ha sido bautizado explican muy bien sus características. Así, se le ha llamado Gigante de Provenza, para definir que se trata de una pirámide calcárea que se eleva de forma solitaria a 1.912 metros de altitud y que, por tanto, resulta bien visible desde cualquier punto situado a cien kilómetros a la redonda.

Se ha hablado de Monte Ventoso, para recordar los terribles vientos que la acechan y que, en una ocasión, el mistral llegó a soplar a 320 kilómetros por hora. El apelativo de Montaña Calva o Sáhara de las montañas incide en el paisaje lunar en el que está enclavada la cumbre. Y el apodo de Gólgota meridional se refiere a la tremenda dureza de la carretera que lo recorre, como han comprobado miles de ciclistas y atletas.

Porque el Mont Ventoux es un mito de múltiples caras. Una cara es literaria desde que Petrarca se convirtió, supuestamente, en el primer mortal en ascender a su cumbre el 25 de abril de 1336 y escribió una carta en la que refleja que, aparte de la ascensión física, alcanzó una elevación espiritual, convirtiéndose en el precursor de la literatura de montaña. Se comenta que el genial poeta italiano buscaba en la montaña un escape espiritual con el fin de olvidar las penas que le causaban los desplantes de Laura, una musa femenina completamente indiferente a su amor.

El mito tiene también un rostro naturalista, por cuanto, a lo largo de sus laderas, se pueden encontrar cinco niveles de vegetación, desde la sahariana hasta la polar. Y, por supuesto, un mito ciclista debido a la extrema dificultad de la escalada, y, especialmente, a la muerte de Tom Simpson en el curso de una etapa del Tour de Francia de 1967, víctima de un cóctel de fatiga, calor y sustancias estimulantes. Aquel episodio sirvió para que el Ventoux fuera obsequiado con nuevos e irrespetuosos calificativos: el Dios del mal o la Montaña Maldita, una máquina infernal de triturar ciclistas y llevarlos a desfallecimientos y agonías sin fin. Y es que el Ventoux pasa con suma facilidad de la magia divina al carácter satánico. “No está loco el que sube al Ventoux, está loco el que repite”, sentenció el gran Eddy Merckx en 1970.

El autor del artículo, Jorge González de Matauco, durante la carrera
El autor del artículo, Jorge González de Matauco, durante la carrera

Carrera a pie

Pero lo que mucha gente ignora es que en el Ventoux también tienen cabida las carreras pedestres. En 1987 se organizó la primera edición de la media maratón del Mont Ventoux, que discurría por su vertiente sur, la más dura, la que, salvando un desnivel positivo de 1.610 metros, lleva a la cumbre desde la localidad de Bedoin. La prueba vivió sólo tres ediciones, y fue suspendida hasta que, en 2011, cinco corredores que habían participado en aquellas competiciones retomaron la idea, con la ayuda del Rácing Club de Bedoin. El récord de la ascensión pedestre lo posee Aime Arnaud desde 1989, con un tiempo de 1 hora 35 minutos 57 segundos, que se puede comparar con el récord ciclista de Iban Mayo establecido en una cronoescalada en 2004: 55 minutos 51 segundos.

En julio de 2013, para disputar la sexta edición de la carrera, 451 corredores nos reunimos en la plaza mayor de Bedoin. He llegado hasta allí gracias a la hospitalidad de una corredora francesa que me ha permitido ocupar un asiento en su coche para recorrer los catorce kilómetros que separan Bedoin de Carpentras, la localidad de la zona con un mayor número de plazas hoteleras. El tiempo es soleado y muy caluroso, con temperaturas superiores a los treinta grados. Los primeros seis kilómetros se desarrollan en suave subida, atravesando pequeñas localidades y campos de viñedos. Es a partir de ese sexto kilómetro, desde la llamada curva de Saint Esteve, donde se halla el primer avituallamiento, cuando la cosa se pone seria.

La carretera se empina de verdad mientras se adentra en un espeso bosque de pinos y cedros, cuyas sombras se buscan y se agradecen de veras. La búsqueda de esas zonas refrescantes está facilitada porque la circulación ha sido cerrada al tráfico, y el tránsito de los atletas solo se ve mínimamente perturbado por ciclistas que han subido por la vertiente norte y ahora descienden respetuosamente hacia Bedoin. A partir de Saint Esteve, la pendiente media apenas bajará del 9% durante nueve kilómetros, llegando en ocasiones al 14%.

Es una fase de rampas complicadas, casi sin descansos y muy pocas curvas. El Ventoux es un puerto de largas rectas, lo que castiga la mente, además de las piernas. Ya son muchos los corredores que no tienen más remedio que caminar. En una carrera de asfalto nadie quiere pararse y comenzar a andar. Supone un poco ser derrotado por la carretera. Pero cuando las rectas de pendientes pronunciadas son interminables y las piernas y los pulmones no dan más de sí, la única opción es caminar. Hay quien elige andar simplemente unos pasos para recuperar el resuello y volver a correr de forma suave, continuada, con pasos cortos y evitando mirar al frente para que la mente no se bloquee, y hay quien prefiere esprintar unos metros para detenerse de nuevo y caminar de manera muy rápida.

La carretera en sí misma en un museo al aire libre, llena de pintadas de ánimo para los ciclistas que disputaron la edición del Tour de ese año. Poco a poco, la vegetación se va haciendo menos frondosa y aparece la cumbre calva del Mont Ventoux, con su torre de comunicaciones.

En el kilómetro 15 comienza la última etapa de la media maratón. Alcanzamos la explanada del Chalet Reynard, el conocido bar-restaurante de la cara sur del Mont Ventoux. A partir de aquí, la pendiente media de la carretera no es tan pronunciada, pero eso no significa que decrezcan las dificultades. Al contrario, pese a que la temperatura es menor, la vegetación ha desaparecido por completo y el sol golpea con toda su fuerza. Además, los atletas se hallan más expuestos a las violentas ráfagas de viento que hacen honor al nombre de la montaña.

Un momento de la ascensión al Mont Ventoux
Un momento de la ascensión al Mont Ventoux

Cerca de la cima

Por eso, inmersos en el paisaje desértico dominado por las piedras y con la vista puesta en la torre de comunicaciones que da la sensación de estar siempre muy lejana, las fases de caminar son cada vez más frecuentes. Pasamos al lado del monumento en homenaje a Tom Simpson, un auténtico santuario ciclista donde los aficionados han ido dejando bidones, gorras, piedras con inscripciones y otros recuerdos.

En el último kilómetro se retoman las grandes pendientes, sobre todo en los metros finales, donde se ha desatado un vendaval. En la cumbre, muy apropiadamente denominada col des Tempêtes (puerto de las Tempestades), la temperatura es de tan sólo nueve grados, y con un viento tan fuerte únicamente cabe esperar al autobús que nos devolverá al calor sofocante de Bedoin, unos contrastes climáticos típicos del Ventoux. Solo unos segundos de autostop en la carretera e inmediatamente un participante en la carrera detiene su coche y me llevará de nuevo hasta Carpentras.

Correr por las rampas del Mont Ventoux significa atravesar un rincón mítico de la Provenza francesa donde ha quedado grabada, a través de poetas, ciclistas y atletas, la historia de la fascinación humana por los paisajes atormentados y de la irresistible atracción del ser humano por alcanzar la excelencia a través de los desafíos extremos y los esfuerzos desmesurados.

Más información: www.semimontventoux.com (Próxima edición: 26 julio 2015)

Jorge González de Matauco es autor del libro En busca de las carreras extremas.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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