Viajar para correr: la Maratón de París
Por José Manuel Torralba para carreraspopulares.com
El día que corrí la Maratón de Paris amaneció un día radiante. Uno de esos días que hacen que a esta ciudad se le llame “la ciudad de la luz”. Un día precioso para correr una Maratón. La verdad es que toda la semana había sido casi veraniega en París, pese a estar aún en el mes de abril. A las 7.00 de la mañana, casi no hacía falta abrigarse. Con la ropa con la que iba a correr y un chubasquero de plástico, me dirigí hacia el metro para llegar, media hora después, a la estación de Charles de Gaulle-Etoile, donde está el Arco de Triunfo.
El lugar es espectacular. Hacia un lado los Campos Elíseos, desde donde saldría la carrera; hacia el otro la Av. Foch, lugar donde está la meta. Ya hay un gran ambiente, y algo de confusión al no estar aún cortado el tráfico. Me dirijo por la Avenida Foch, al lugar donde está el guardarropa, y después de comprobar que no necesitaba mucho abrigo, entrego mi mochila quedándome conmigo solo un plástico para mantenerme caliente. Me queda casi una hora hasta el momento de salir, pero vivir ese ambiente tan especial previo a una gran maratón, en un lugar tan emblemático, hace que ese tiempo de espera lo disfrute minuto a minuto.
Grupos de corredores fotografiándose frente al Arco de Triunfo, corredores calentando o estirando, gente moviéndose de aquí para allá, vestidos de distintas maneras, nerviosos, expectantes, algún despistado de última hora buscando el guardarropa. El ambiente es increíble. Me paro un rato a contemplar el espectáculo desde un banco de los Campos Elíseos, saboreando cada instante. Me coloco bien el chip en mi zapatilla derecha, me aprieto los cordones, hago unos estiramientos casi simbólicos y decido que ya estoy preparado. Entonces camino hacia el Obelisco hasta encontrar mi corral de salida.
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La salida
El corral se va llenando poco a poco, con mucha animación por los micrófonos de ambiente, que en francés, inglés, español, italiano, alemán y portugués iban dando distintas informaciones. Entre otras, que la temperatura iba a ser alta y que no olvidáramos hidratarnos en todos los puestos de avituallamiento. Cada vez queda menos y me agolpo en la parte delantera del corral. Risas, nervios, gritos, ánimos, camisetas volando de aquí para allá. Y, por fin, suena un pistoletazo de salida.
La carrera sale lanzada hacia abajo, y después de tres minutos paso por la línea de salida. Apenas se puede correr con comodidad en varios kilómetros, con bastantes codazos y, esto sería la tónica en más de media carrera, con numerosos cuellos de botella que provocaban problemas con bastante frecuencia. Pese a lo temprano de la hora (8.45) hay muchísima gente animando de manera estruendosa. Público alentando durante prácticamente todo el recorrido. Esto es, entre otras cosas, lo que hace grande una maratón.
El recorrido es grandioso, como la ciudad. Especialmente estos primeros kilómetros que se corren por la superficie. Chatelet, el Louvre, el Hotel de Ville, la Bastilla. Poco a poco, en dirección este, vamos saliendo del centro para adentrarnos en el Bois de Vincennes, siempre con muchísima gente empujándonos “¡Allez, allez!”.
Pasamos junto al precioso Chateau de Vincennes y recorremos varios kilómetros antes de volver en dirección oeste para tomar la rivera del Sena. La vuelta a la Rue Charenton vuelve a significar mucha animación, un público entregado a su carrera. ¿Cuándo veremos en Madrid algo parecido?
Media Maratón
Después de la media maratón, cuando la carrera empieza a transcurrir paralela al Sena, se produce una pequeña estafa de la organización. En vez de correr por la superficie, nos dirigen a una vía rápida, que durante bastantes metros (en total varios kilómetros) discurre por túneles. La sensación no es buena, pero afortunadamente a la altura de la torre Eiffel se vuelve definitivamente a la superficie.
La vista vuelve a ser espectacular. Pero ya estamos en el kilómetro 30, que es donde realmente empieza lo duro de la carrera, donde uno empieza a percibir las sensaciones que te permitirán llegar a meta bien, o arrastrándote. La dureza de los kilómetros aumenta al entrar en el Bois de Boulogne, donde disminuye el público. En un determinado momento se enfila una avenida donde muy, muy al fondo, se ve el arco de Triunfo, lugar cercano a la meta. Tan cerca, tan lejos. Y con esta visión, y los ánimos de un público infatigable, se consigue acabar esta preciosa carrera.
Una maratón inolvidable, grande, que merece la pena ser corrida.